John Locke (1632-1704) es universalmente reconocido como uno de los padres del liberalismo político. Su obra más influyente sobre la libertad religiosa es la Carta sobre la tolerancia (Epistola de Tolerantia), publicada entre 1689 y 1690, que sentó las bases ideológicas esenciales para su teoría política y es considerada un texto clásico de la modernidad. El siglo XVII fue un período marcado por las guerras religiosas, donde la unidad de fe se creía necesaria para garantizar la unidad civil, llevando a un lento y sangriento resquebrajamiento de lo político. Locke, preocupado por esta crisis, propuso el concepto de tolerancia como una solución práctica, buscando desgajar definitivamente lo religioso de lo político.
El fundamento esencial de la tolerancia para Locke reside en la necesaria separación entre Iglesia y Estado, justificada por sus fines distintos. El Estado tiene como propósito la paz social y la protección de los derechos naturales individuales, denominados bienes civiles (vida, libertad, salud, posesión de bienes externos, etc.). Para lograr estos fines, el Estado está armado con la fuerza y la coacción. En contraste, el fin de la Iglesia es la salvación de las almas. Locke argumentó que el poder civil se limita al cuidado de las cosas de este mundo y no puede extenderse de ninguna manera a la salvación de las almas.
La defensa de Locke se basa en la naturaleza de la fe: la religión verdadera y salvadora consiste en la persuasión interior y la convicción del alma. La fe no puede imponerse por la fuerza, ya que la inteligencia humana no puede ser obligada por coacción externa; los castigos corporales son ineficaces para cambiar el juicio de la mente. Además, la imposición de una fe por parte del magistrado llevaría al absurdo de que la felicidad eterna de un individuo dependiera únicamente del lugar donde hubiera nacido. Locke incluso afirmó que la tolerancia es un criterio de verdad y fiabilidad para juzgar a las Iglesias: cuanto más tolerante es una Iglesia, más verdadera es.
Para Locke, la Iglesia es una sociedad libre y voluntaria, y su poder debe confinarse a sus propios límites, sin extenderse a los asuntos civiles. La autoridad eclesiástica solo tiene jurisdicción sobre sus propios miembros y sus únicas herramientas de disciplina son la exhortación, la admonición y el consejo. La sanción más severa de la Iglesia es la excomunión (expulsión del individuo), pero esta no puede ir más allá de la separación de la comunidad, sin poder atacar o privar al individuo de sus bienes civiles o derechos naturales. Si una iglesia hiciera esto, estaría excediendo su autoridad, ya que esos bienes le pertenecen al individuo en cuanto hombre, no como miembro de una confesión.
A pesar de ser conocido como el "padre de la tolerancia", Locke estableció límites estrictos a quién debía ser tolerado. En primer lugar, los ateos no debían ser tolerados en modo alguno. Locke sostenía que negar la existencia de Dios no era solo un error teórico, sino un error moral que implicaba que el ateo no quedaba ligado por ningún pacto, promesa o juramento. Para Locke, el ateísmo era una doctrina antisocial y anárquica que amenazaba el pacto social. En segundo lugar, los católicos (o "papistas") tampoco debían gozar del beneficio de la tolerancia. La justificación era que se sometían a un poder extranjero, el Papa, que podía ordenarles desobedecer al Estado, haciéndolos sujetos potencialmente revolucionarios e indignos de confianza.
La exclusión de ateos y católicos ha generado un debate crítico. Algunos señalan que la defensa de la tolerancia de Locke no fue tan inocente o universal como se presenta a menudo. Se ha argumentado que Locke buscaba darle a la religión una utilidad política, y que el Estado, al necesitar la idea de la condenación eterna para imponer su fuerza, impedía que la separación Iglesia-Estado se cumpliera realmente. La Carta marcó un giro en el pensamiento de Locke, pasando de una postura conservadora inicial a una defensa de la libertad religiosa que coincidió con su apoyo a la Revolución Gloriosa. La intolerancia hacia los católicos fue vista como una justificación política contra aquellos que se consideraban enemigos del Estado inglés.
A pesar de sus limitaciones, la propuesta de Locke fue radicalmente nueva para su tiempo. A partir de sus escritos, la tolerancia comenzó a ser vista como un derecho humano individual. El ideal que promueve es la libertad absoluta, justa y verdadera, igual e imparcial. En el contexto contemporáneo, aunque el principio de tolerancia está generalmente asumido, el debate se centra en sus límites: lo que hay que debatir es la delimitación entre lo que es aceptable en una sociedad democrática y lo que no lo es. La tolerancia implica respeto hacia las personas y sus creencias y es una cualidad humana necesaria para la convivencia pacífica y el desarrollo de sociedades moral y políticamente heterogéneas..

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